Cual si de un símbolo, epítome, metonimia de los años 40-50 de la vida de la gente, hombres y mujeres, del Lugar se tratara: la Mamina.
Era flacucha, enjuta de cuerpo, “traspillaita” por la calidad ultrajante de su día a día, siempre vestida de negro. No muy agraciada por la naturaleza…mucho menos por el ambiente: ojillos chicos, casi cerrados. La carita “picaita” de viruela.
Se buscaba la vida acarreando agua de las fuentes: De la “Fuenteabajo,” a gorda el cántaro. Al cuadril, encallecido, en invierno y en verano. El largo ascenso, jadeante, calle arriba con el cántaro lleno, hasta La Poyata o por cualquier otra empinada calle. Así, cada día, uno y otro día, un mes y otro… y años tras año… para poder comer…Tenía dos hijas, madre soltera. La sordidez de aquellos años negros también le sobrecogió como mujer pobre y sola. Amantes esporádicos, “la perdieron,” le “hicieron” dos muchachas.
Ah, el cántaro de la fuente “Las Parras” era a tres chicas. La calles arriba, lo mismo de empinadas. Apenas sudaba. No tendría ni agua por dentro que perder…
La solidaridad de la gente le tenia asignado un caño: el caño de la Mamina. No tenía que guardar cola, cola de horas. Un privilegio. Un discreto y tierno reconocimiento de los demás.
Con los estigmas de su época, marcados a fuego en su cuerpo y en su alma, desapareció un buen día. Como tantas personas de aquellos aciagos años.
Queda por escribir el dolor, el sufrimiento físico y moral, anónimo, de aquella generación del infortunio, infortunio creado. |